El camino que se preveía largo se nos pasó
volando pues aprovechamos para presentarnos y contar de modo espontaneo, como habíamos llegado cada una a la Oración de las Madres y algo de lo que había hecho en nuestras vidas. Ya aquí empezamos a palpar lo que sería una constante en todo el viaje, la riqueza de la Presencia de Dios en cada una.
Llegando a Ávila nos dirigimos al convento de la Encarnación donde en el locutorio nos recibieron unas carmelitas descalzas con las que conversamos, con dos rejas por medio, así es la clausura. El ver sus caras de alegría y felicidad, y el amor con el que hablaban del Señor, resultó ser un momento lleno de luz y donde se notaba la presencia fuerte del Señor. Después en el museo del convento pudimos pisar por donde lo habían hecho santos como San Juan Pablo II, San Juan de Ávila y como no, Santa Teresa de Jesús, de la que vimos su celda, escritos y demás objetos que nos trasladaron a la época y a la espiritualidad de la Santa. Terminamos la jornada con la misa en la preciosa Basílica de San Vicente a los pies de la muralla. Un día intenso, pero solo el preludio de otro que lo sería más.